San Josemaría, siempre sacerdote: un corazón totalmente entregado a Dios

03 abril 2025

San Josemaría Escrivá: 100 años de sacerdocio con alma de CristoEn este 2025 se conmemora el centenario de la ordenación sacerdotal de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Para celebrarlo, se proyectó un emotivo video en Zaragoza y Roma que rescata su testimonio personal, sus enseñanzas sobre el sacerdocio y su amor profundo por Cristo y las almas.

En sus propias palabras, descubrimos la hondura de una vocación vivida con valentía, ternura y fidelidad total, desde sus años jóvenes hasta sus últimos días.

La llamada de Dios: “Barrunté el amor”

San Josemaría no deseaba ser sacerdote en su adolescencia. Pero, como él mismo lo expresó:

“El Señor hizo una de las suyas... y barrunté el amor, barrunté la llamada de Dios, que quería algo.”

Conmovido por el ejemplo de su padre, que lloró al aceptar con generosidad su decisión, comenzó su formación espiritual y académica que lo llevaría al sacerdocio. Un camino lleno de fe, estudio, sacrificio y mucho amor.

Un sacerdote siempre disponible para las almas

Desde sus primeros años en Madrid, San Josemaría trabajó incansablemente en hospitales y barrios pobres, confesando a niños y ayudando a los más olvidados. Se dejó formar por los pequeños, los desvalidos, los que no tenían a nadie.

“Sacaba el provecho de tenerlos como maestros... y, de cuando en cuando, recibía alguna pedrada que otra.”

La Misa, su centro: “Te amo con locura”

La Eucaristía era el corazón palpitante de su vida sacerdotal. La vivía con asombro y gratitud profunda:

“Yo querría que, solo por el hecho de veros hacer una genuflexión, los fieles digan: ‘Ahí hay un sacerdote que ama a Jesucristo’.”

Nos enseñó a no tener prisa con la Misa: prepararla, celebrarla y dar gracias con el alma rendida ante el Amor hecho Pan.

Consejos a sacerdotes: cercanía, oración y alegría

En muchos encuentros con sacerdotes, San Josemaría insistía en tres pilares:

  • Oración personal constante
  • Sinceridad profunda en la dirección espiritual
  • Cariño humano y espiritual por sus hermanos sacerdotes

“Quiérelos, tienen hambre de cariño humano noble, limpio y santo.”

Fraternidad: “Quereos entre vosotros”

Su llamado a la fraternidad sacerdotal era claro y apasionado. Invitaba a vivir una amistad real y compasiva, sin miedo a mostrar afecto:

“No tengáis miedo, meted el corazón en vuestro trato.”

Que ningún sacerdote se sienta solo. Que el que esté calumniado, enfermo o triste sepa que lo quieren.

Devoción a María: madre del sacerdote

Para San Josemaría, el amor a la Virgen era inseparable del sacerdocio. Desde la mañana hasta la noche, todo lo hacía con y por María.

“Ámala, esa es la posición del sacerdote, pero con amor tierno.”

También recordaba con emoción y lágrimas el amor por su madre, y por las madres y hermanas de los sacerdotes que con generosidad los apoyan en su misión.

La confesión: medicina del alma

Con una gran visión pastoral, defendía la misericordia en el confesionario. Invitaba a hacer la penitencia “entre los dos” y estar muchas horas disponibles:

“La penitencia la hemos de hacer nosotros. Vete con Dios, tranquilo.”

Aun cuando nadie acudiera, animaba a rezar allí, confiando en que las almas llegarían.

Sacerdote del Opus Dei: más unión con la diócesis

A los sacerdotes diocesanos que se unían al Opus Dei, les pedía más vida interior, más amor al obispo, al seminario, a la Iglesia universal:

“El trabajo sacerdotal es su vocación. Lo viven con más profundidad, más devoción, más amor.”

Un borriquito delante de Dios

En su año 50 como sacerdote, definió su vida con humildad entrañable:

“Ut iumentum factus sum apud te… como un borriquito delante de Dios, tirando del carro.”

Su único deseo: servir a Dios y a las almas, sin distinción, con amor incondicional.

Conclusión: una vida sacerdotal que inspira

San Josemaría vivió el sacerdocio como una entrega apasionada, alegre y llena de ternura. En este centenario, su testimonio sigue inspirando a miles de sacerdotes y fieles en todo el mundo, recordándonos que la verdadera grandeza está en servir y amar como Cristo.

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